De minero en Bélgica a amigo de Dalí y Warhol, la vida del “D’Artagnan” de la pintura fue un viaje de superación, arte y amor por sus raíces isleñas.
Por Redacción | RADIO LAS PALMAS
Juan Ramírez (Las Palmas de Gran Canaria, 1936 – 2025) fue mucho más que un pintor. Fue un embajador de la cultura canaria en Europa, un creador que transformó la dureza de la vida en arte y un personaje de la bohemia parisina que supo codearse con gigantes como Salvador Dalí o Andy Warhol sin perder nunca su acento isleño.
De izquierda a derecha: Iván Bethencourt, Igor Ramírez, Dulce María Facundo y Rogelio García al finalizar la tertulia.
Su hijo, Igor Ramírez, y el artista Iván Bethencourt rememoraron en Radio Las Palmas, durante el programa El Rincón del Arte que dirige Rogelio García, momentos clave de una trayectoria marcada por la emigración, la amistad y una creatividad sin límites.
«Nunca olvidó que era de Canarias; lo decía siempre con orgullo.» —Igor Ramírez
Raíces y orgullo isleño
Criado en Las Palmas, Ramírez creció rodeado de cultura popular, historia guanche y tradiciones como el palo canario. Ese amor por sus orígenes le acompañó toda la vida, incluso cuando vivía en París. “Mi padre me enseñó la comida, las historias y la identidad de Canarias. Era parte de su personalidad”, explica Igor.
Su apodo de “D’Artagnan de la pintura” o “Don Quijote de la pintura” no era gratuito: tenía una mezcla de caballerosidad, idealismo y tenacidad que definió su carácter tanto dentro como fuera del lienzo.
De las minas belgas a Dalí
El punto de inflexión llegó tras la muerte de su padre, en pleno franquismo. Las restricciones para viajar fuera de Canarias eran estrictas, pero una oferta de trabajo como minero en Bélgica le abrió la puerta a Europa.
La experiencia fue dura. Trabajó casi tres años en condiciones extremas y vio morir a compañeros en accidentes. Parte de ese sufrimiento quedó plasmado en sus pinturas, que abordaban la vida en la mina con crudeza y humanidad.
En Bruselas conoció a Salvador Dalí, un encuentro que cambiaría su vida. “Tuvieron una conexión inmediata. Dalí le dijo que, cuando fuera a París, le visitara”, cuenta Igor. Ese vínculo llevó al genio catalán a ser padrino de honor de su primera exposición en la capital francesa.
«Dalí lo definió como su hijo espiritual en el surrealismo.» —Igor Ramírez
Juan Ramírez y Salvador Dalí, unidos por una amistad forjada en influencias mutuas, exposiciones conjuntas y performances que marcaron época.
El trío de la gasolinera
Antes de París, hubo un lugar que marcó su vida: la gasolinera que su familia regentaba en la calle Bravo Murillo de Las Palmas. Allí se reunía con sus amigos Julio Viera y Rafaely, conversando durante horas sobre arte y cultura mientras atendía a los pocos coches que pasaban por la ciudad de la época.
La gasolinera fue su primera sala de exposiciones improvisada. “Era un refugio para sus obras y un punto de encuentro para soñar con cambiar el mundo”, recuerda Bethencourt, hijo de Rafaely.
Ya instalados en París, los tres protagonizaron episodios memorables, como la “exposición” que Julio Viera montó en las paredes exteriores del Louvre, prohibida por la policía. En un vídeo de la época se ve a Ramírez ayudando a recoger los cuadros mientras los gendarmes intentaban disolver el evento.
Montmartre y la vida bohemia
París en los años 60 y 70 era un hervidero cultural, y Montmartre su epicentro. Allí vivió Ramírez, rodeado de pintores, cantantes, bailarinas y bohemios de toda Europa. “Fue literalmente como la canción La Bohème”, recuerda Igor.
Su amistad con Julio Viera se convirtió en un pilar vital. “En un país extranjero, Julio fue como un hermano para mi padre”, afirma. Entre precariedad y momentos de gloria, compartieron una vida de arte y resistencia creativa.
Una técnica que convertía la guerra en arte
Ramírez dominaba la pintura al óleo con maestría clásica, pero también buscó sorprender con técnicas performativas. Una de las más célebres consistía en pintar con una espada a la que fijaba un pincel en la punta, usando pintura guardada en huevos vacíos.
El gesto no era casual: “La espada es un símbolo de guerra, y mi padre la transformó en un instrumento de arte. Es la idea de usar algo hecho para destruir, para crear belleza”, explica Igor.
«Un pintor debe ayudar a la humanidad a ser mejor.» —Juan Ramírez, citado por su hijo
Encuentros con grandes figuras
Durante su carrera, Ramírez coincidió con personajes influyentes de la cultura y la política. Pintó junto al presidente francés Jacques Chirac, conoció a Andy Warhol en Nueva York y mantuvo amistad con Dalí durante años.
En la década de 1970, alcanzó gran notoriedad internacional y expuso en lugares tan lejanos como Tailandia o América, cuando viajar no era habitual. Sin embargo, su espíritu bohemio dificultó que consolidara una estructura profesional como la de otros artistas.
Jacques Chirac, presidente de Francia entre 1995 y 2007, junto al pintor canario Juan Ramírez.
Reconocimiento y deuda cultural
Pese a su proyección internacional, Ramírez no contó con un apoyo institucional sostenido. El gobierno francés solo le concedió una pensión en sus últimos años. Igor considera que es hora de que Canarias tome el relevo: “No se trata solo de pintura, es patrimonio canario”.
La propuesta de crear un museo con obras de Ramírez, Julio Viera y Rafaely busca preservar un legado que es tanto artístico como histórico. Sería, además, un homenaje a la amistad que unió a tres jóvenes canarios que soñaron con conquistar el mundo del arte desde una gasolinera.
«Tres artistas, tres amigos, un símbolo potente del arte canario.» —Igor Ramírez
Un legado que trasciende el lienzo
La historia de Juan Ramírez es la de un hombre que convirtió la adversidad en belleza, que supo vivir con intensidad la bohemia parisina sin olvidar nunca su tierra, y que dejó un patrimonio artístico cargado de simbolismo.
Desde las profundidades de una mina belga hasta los cafés de Montmartre, su vida fue un viaje en el que la identidad, la amistad y el arte se entrelazaron en cada pincelada. Hoy, el reto es que su legado siga vivo para las próximas generaciones.
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