En muchas empresas se cumple con todo, menos con las personas. Los resultados llegan, pero el compromiso se va.
En muchas empresas, los resultados se han convertido en la brújula absoluta. Se habla de metas, indicadores, objetivos trimestrales… y se mide cada paso con la precisión de un reloj suizo. Pero entre tanto control y tanta urgencia, algo silencioso empieza a pasar: los equipos dejan de sentir que crecen.
Cumplen, sí. Pero no crecen.
En apariencia, todo va bien. Las tareas se completan, los informes llegan a tiempo, los clientes están satisfechos. Sin embargo, las conversaciones se vuelven más escasas, la creatividad se apaga y las ideas nuevas desaparecen. Las personas se acostumbran a hacer lo justo, a no destacar demasiado, a no arriesgar. Porque cuando el líder solo valora el resultado, pensar diferente deja de tener sentido.
Imagina una fábrica que nunca se detiene. Día y noche, las máquinas producen sin descanso. Las luces no se apagan, los números suben. Pero, poco a poco, los trabajadores dejan de hablar, de proponer, de sentir orgullo. Cumplen su función, sí, pero ya nadie recuerda el porqué de su trabajo.
Eso mismo ocurre en muchas organizaciones hoy. El objetivo se vuelve tan grande que termina devorando el sentido del equipo.
Durante décadas, se ha confundido liderazgo con productividad. Se premió al que conseguía más, no al que ayudaba a crecer. Se enseñó a mandar, no a acompañar. Y así surgieron líderes eficaces… pero equipos vacíos.
Cuando un equipo solo trabaja para cumplir, deja de mirar hacia adelante. La innovación se frena, la energía se agota, y el clima laboral se vuelve plano.
A corto plazo, los resultados se mantienen. Pero a largo plazo, las organizaciones pierden su músculo más valioso: el talento que piensa, que siente y que propone.
En cambio, los líderes que equilibran el resultado con el desarrollo construyen algo mucho más sólido. Son los que preguntan, escuchan, dan espacio para aprender y se atreven a celebrar lo que se ha intentado, no solo lo que se ha conseguido.
Esos líderes no generan obediencia, sino compromiso.
Quizá esta sea una buena ocasión para que las empresas se pregunten si están midiendo lo correcto.
Porque cumplir objetivos es importante, pero mantener viva la motivación, la ilusión y el aprendizaje es lo que garantiza el futuro.
Liderar no es solo hacer que el trabajo se haga, sino hacer que el trabajo tenga sentido.
Y cuando eso ocurre, los equipos no solo alcanzan sus metas: las superan.
Si sientes que en tu empresa los resultados van bien, pero el equipo empieza a apagarse, tal vez sea el momento de mirar más allá de los números.
Ayudar a tus líderes a reenfocar su forma de liderar puede ser la diferencia entre cumplir hoy y seguir creciendo mañana.
Carlos Jiménez
Consultor y formador en liderazgo y desarrollo de equipos
Formador y consultor especializado en el desarrollo del Liderazgo y Trabajo en Equipo. Casi 40 años de trayectoria acompañando a personas y organizaciones en procesos de cambio profundo y sostenible. He fundado y liderado más de 30 proyectos en ámbitos empresariales, sociales y deportivos, y he acompañado a más de 500 iniciativas como mentor, consultor y formador, siempre con el propósito de generar impacto real y cambios transformadores.
Autor de seis libros sobre Liderazgo y Trabajo en Equipo y comunicador con más de 20 años de trayectoria en radio.
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