Dar feedback no es solo opinar sobre el trabajo de alguien.
Todos hemos estado ahí: esperando un comentario sobre nuestro trabajo, una evaluación o simplemente una frase que nos diga si lo estamos haciendo bien o mal. Lo curioso es que una palabra, un gesto o una forma de decir las cosas puede marcar la diferencia entre sentirnos impulsados o completamente desmotivados. Eso es el feedback. Una herramienta tan poderosa como frágil, porque puede construir o destruir dependiendo de cómo se use.
Durante mucho tiempo, dar feedback se confundía con corregir o “decir la verdad sin filtros”. Pero el feedback no es eso. No se trata de señalar lo que está mal, sino de acompañar para mejorar. Cuando se utiliza con inteligencia y empatía, se convierte en una palanca de crecimiento. Cuando se usa desde la crítica o la superioridad, se transforma en un golpe que frena la confianza y la creatividad.
En una empresa tecnológica que conocí, dos líderes con estilos muy distintos dirigían equipos similares. El primero dedicaba tiempo a reconocer lo que funcionaba bien, explicaba los motivos de sus observaciones y ofrecía propuestas para avanzar. El segundo señalaba errores con tono frío, sin matices, como si el fallo fuera una falta personal. Los resultados no tardaron en notarse: el primer equipo crecía, aprendía y se implicaba; el segundo se desmotivaba, callaba y se llenaba de miedo a equivocarse.
Dar feedback no debería ser un ejercicio de poder, sino un acto de acompañamiento. Para hacerlo bien, existe una fórmula sencilla que puede aplicarse en cualquier entorno, incluso fuera del trabajo: el método M.I.M.O., que propone cuatro pasos para una conversación constructiva.
Mantener lo que ya funciona y merece seguir haciéndose.
Incorporar nuevas ideas o prácticas que aporten valor.
Mejorar aquello que aún puede crecer.
Y Omitir lo que no suma o frena.
Este enfoque convierte la crítica en aprendizaje. No elimina la exigencia, pero la equilibra con reconocimiento y propósito. Porque detrás de cada error suele haber una intención, un esfuerzo, una persona.
En el fondo, el feedback es una forma de cuidar. De cuidar el talento, las relaciones y la confianza. Quien sabe darlo bien no solo logra mejores resultados, sino que deja una huella positiva en quienes lo reciben.
Tal vez esa sea la gran lección: que nuestras palabras pueden ser herramientas de crecimiento o armas de destrucción. Y cada vez que damos feedback, elegimos cuál de las dos queremos usar.
Por Carlos Jiménez Cabrera
Consultor en liderazgo y desarrollo de equipos
Formador y consultor especializado en el desarrollo del Liderazgo y Trabajo en Equipo. Casi 40 años de trayectoria acompañando a personas y organizaciones en procesos de cambio profundo y sostenible. He fundado y liderado más de 30 proyectos en ámbitos empresariales, sociales y deportivos, y he acompañado a más de 500 iniciativas como mentor, consultor y formador, siempre con el propósito de generar impacto real y cambios transformadores.
Autor de seis libros sobre Liderazgo y Trabajo en Equipo y comunicador con más de 20 años de trayectoria en radio.
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