La escritora desmonta la idealización de la familia y expone cómo el silencio puede convertirse en la primera herida.
Por Redacción | RADIO LAS PAMAS
Entrevista a: Aránzazu Gutiérrez Butler
La Otra Mañana, dirigido por Asunción Benítez, abrió este viernes un espacio de profunda reflexión en Testimonio Violeta, la sección coordinada por María José Ferrero, para conversar con Aránzazu G. Butler, trabajadora social, activista y autora de «Todo lo que no ves». A través de una mirada honesta y valiente, Butler aborda los mitos románticos que envuelven a la familia, las violencias silenciosas que atraviesan a la infancia y los fallos de un sistema que, según sostiene, «nos abandona cuando más necesitamos ser vistos». Esta entrevista recorre los cimientos afectivos, sociales e institucionales que la autora examina en su obra.

Mitos que pesan
¿Qué te llevó a escribir «Todo lo que no ves» y cuándo supiste que esta historia debía existir sí o sí?
La historia debía existir porque ya habitaba en tantas vidas silenciadas. Sentí que debía ordenarla y hacer visible aquello que mucha gente vive sin poder nombrarlo. Durante años acompañé procesos personales y profesionales que mostraban un dolor soterrado que el sistema no mira. Cuando conseguí organizar esas historias entendí que era el momento de ofrecer al mundo una forma de comprender realidades que parecen paralelas, aunque conviven con la nuestra a diario. Mi impulso fue sacar a la luz lo que no se quiere ver.
El subtítulo del libro habla de desmontar mitos románticos sobre la familia. ¿Cuál consideras el más destructivo?
Uno de los mitos más dañinos es la idea de que el «amor de madre» lo puede todo, que una madre siempre sabe querer y que lo que sucede dentro de casa debe callarse. A muchas mujeres se les imponen expectativas imposibles y se las juzga con dureza cuando no alcanzan ese ideal. He acompañado a madres que no pudieron querer porque tampoco fueron queridas y eso se niega socialmente. Esa presión hiere tanto a ellas como a quienes esperan recibir un amor que nunca les enseñaron a entregar. El golpe emocional es profundo y silencioso.
Familias idealizadas
En tus conferencias planteas la pregunta: ¿es siempre la familia lo primero? ¿Cuál es tu visión?
La familia no siempre es lo primero y tenemos muy idealizado el concepto. Una familia es un conjunto de personas con historias distintas y no necesariamente un refugio. Lo primero debe ser aquello que aporte calma, seguridad y prioridad afectiva, no lo que nos mantiene en alerta permanente. El sistema ha usado la idea tradicional de familia para que los problemas no traspasen sus paredes, delegando responsabilidades y dejando a muchas personas sin apoyo real. Amar también implica elegir límites.
¿Por qué consideras que el sistema se apoya tanto en esa imagen idealizada?
Porque la familia ha funcionado como una red que absorbe problemas que el Estado no ha querido asumir. El mensaje implícito es: «Arregla en casa lo que no puedo o no quiero resolver». Esto ha permitido que se normalicen dinámicas dañinas que pasan de generación en generación. Ahora que los modelos educativos avanzan hacia el diálogo y la validación emocional, se empiezan a desmontar estructuras rígidas que antes sostenían ese silencio. El cambio es incómodo pero necesario para sanar.
El peso del silencio
En tu libro aparece una figura clave, Lola. ¿Qué representa en esta historia?
Lola es la voz que transita las heridas de muchas vidas. Encierra fragmentos de historias de mujeres, infancias y silencios que he acompañado a lo largo del tiempo. Representa a quienes fueron moldeadas por el peso de lo no dicho y ahora deciden contar lo propio. Con ella caminamos por experiencias que revelan cómo se hereda el dolor cuando no se nombra. Su viaje es un acto de recuperación de identidad y de valentía frente a la invisibilidad.
Hablas del silencio como una de las mayores violencias. ¿Por qué lo consideras así?
Porque el silencio niega la existencia. Desde que nacemos buscamos ser vistos y cuando nuestras emociones se desprecian con frases como «no pasa nada» o «cállate que no sabes», aprendemos que no importamos. Esa invalidación continuada erosiona la identidad y deja heridas que persisten en la adultez. También se celebra a quien nunca se queja, reforzando un modelo de sumisión emocional que enferma. El silencio sostiene la violencia y la hace perdurar.
Infancia y heridas
¿Qué heridas de la infancia suelen pasar desapercibidas y condicionan la vida adulta?
Las más invisibles son la falta de validación emocional, el adultocentrismo y la exigencia de perfección. Les decimos a los niños cómo deben sentir y minimizamos su mundo interior. Esa desautorización afecta a su capacidad de confiar en sí mismos y en los demás. La infancia necesita transparencia, presencia y humildad adulta. Hoy los niños expresan más y mejor sus emociones, y escucharlos nos obliga a mirar lo que a veces evitamos ver en nuestra propia historia. Ellos también pueden enseñarnos.
¿Qué señales pasan inadvertidas cuando acompañas a familias o mujeres víctimas de violencia?
Con frecuencia se interviene comenzando por el final, sin mirar la raíz emocional que viene de la infancia. Muchas mujeres repiten vínculos dañinos que nacen de modelos familiares aprendidos, no solo de la relación de pareja. Las instituciones ponen el foco en el síntoma, no en la herida. Cuando se trabaja sin atender la historia personal, se corre el riesgo de revictimizar a la persona. Entender de dónde nace la vulnerabilidad cambia toda la intervención.
Sistema que falla
¿Qué ocurre emocionalmente con un niño cuando el sistema que debe protegerle se convierte en otro lugar de abandono?
El abandono es la herida más devastadora. Un menor que ha vivido desprotección familiar acude al sistema buscando refugio y vuelve a ser abandonado cuando atraviesa recursos saturados y medidas tardías. La revictimización es continua: se les retira del hogar, se les traslada sin estabilidad y a los 18 años se les deja sin apoyo. Esa cadena de abandonos marca profundamente su desarrollo emocional y condiciona su futuro. Lo más grave es que se normaliza como una consecuencia inevitable.
¿Por qué decidiste fundar la Asociación Equilibrio?
Equilibrio nació tras el cierre de un hogar de protección que dejó a jóvenes sin rumbo ni apoyo. Muchos estaban a punto de cumplir la mayoría de edad y no tenían dónde ir. Quise crear un espacio que permitiera visualizar un futuro y ofrecer acompañamiento real a jóvenes extutelados. Ellos cargan con procesos de reparación muy complejos y necesitan recursos sostenidos, redes afectivas y modelos que les permitan reconstruirse. La asociación es un intento de llenar ese vacío humano e institucional.
Violencia intragénero
Nombras también la violencia intragénero. ¿Por qué sigue siendo tan desconocida y malinterpretada?
Porque la ley aún está planteada desde diferencias por sexo, no por desigualdades de roles de género. En parejas del mismo sexo también se reproducen dinámicas patriarcales que generan violencia, pero el sistema no lo contempla adecuadamente. Muchas víctimas encuentran barreras incluso dentro de la red especializada. Hablar de violencia intragénero implica revisar estructuras sociales y conceptos que siguen siendo rígidos. Es una conversación necesaria que apenas está comenzando.

De izquierda a derecha: María José Ferrero, Aránzazu Gutiérrez y Asunción Benítez.
La voz de Aránzazu G. Butler irrumpe donde tantos silencios han hecho daño. Sus palabras desarman la idea de que la familia es siempre un refugio y muestran que, para muchos, fue el origen de heridas invisibles que perduran durante años. En su mirada, la protección real nace de ver, escuchar y acompañar sin imponer narrativas heredadas. Su invitación es clara: solo cuando nombramos aquello que dolió podemos comenzar a sanar. En un mundo que aún calla demasiado, su mensaje recuerda que mirar de frente es también un acto de amor.
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