Artículo de opinión de Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria.
Los productos de cercanía de Gran Canaria tienen nombre y apellidos. Y rostro. Como el de Antonio Ramírez, que lleva mucho tiempo abriendo surcos de papas en San Mateo y encarna la experiencia y la conciencia de la importancia de la unidad del sector como presidente de la Cooperativa Agrícola Coacen. Francisco Ramón Domínguez Trujillo, de Teror, es la juventud, la esperanza que crece en el campo. Carmen Delia Hernández Hernández da voz y presencia a la mujer rural cultivando sus papas en Moya y Arucas. El ingeniero agrónomo y especialista en nutrición del cultivo de la papa, Luis Ángel López Fernández, refleja la ciencia aplicada al territorio, en diálogo con la tradición, mientras que el Grupo Cencosu supone la vital y ejemplar apuesta empresarial por la producción de kilómetro cero en la isla.
Estas personas y miles más forman parte del universo de hombres y mujeres que mantiene el pulso del cultivo de la papa. Reconocimos hace muy pocos días su labor en el acto institucional de la VII Feria Insular de la Papa. No fueron los únicos. También se llevó a casa su galardón José Luis León, de la terorense finca Los Risquillos, con su papa de más de kilo y medio. Pero el verdadero peso de las papas del país y del conjunto del sector agrícola insular no puede calibrarse en toda su dimensión con una simple báscula.
Las papas poseen una silueta semejante al perfil de la isla de Gran Canaria. Es una casualidad. Pero también una coincidencia cargada de significado. La relación tiene cinco siglos de antigüedad, desde la introducción del cultivo en nuestro territorio insular en el contexto de su papel de puente entre América y Europa. Desde entonces, su historia se ha escrito de manera conjunta; en los libros y en las crónicas, pero ante todo en los surcos. En ese lugar, en nuestros campos, sin que gran parte de la población las vea ni sepa de sus esfuerzos y desvelos, es donde las manos de hombres y mujeres aferradas a la tierra hacen posible que sigamos escribiendo este relato coral.
Son las personas que con su tesón traducen en realidades gran parte de las políticas que desarrollamos en el Cabildo de Gran Canaria en apoyo al sector primario. Porque en esas manos están la soberanía alimentaria, la sostenibilidad, el cuidado del territorio, la protección de la biodiversidad, la lucha contra el abandono rural o la prevención de los incendios forestales. Y, sobre todo, entre esas manos se guarecen nuestras señas de identidad. Y fanegadas y fanegadas de memoria. Pero también de futuro… Lo sabemos muy bien en el Cabildo de la isla. Nuestro Plan Insular de Desarrollo del Fomento del Cultivo de la Papa (subvenciones, asesoramiento, lucha contra plagas, etc) es una expresión clara de la relevancia estratégica que le concedemos.
La organización de este Plan Insular está adaptada a la realidad actual del sector y a sus retos e incluye, entre sus pilares más destacados, el asesoramiento técnico a productores y nuevos agricultores y agricultoras, la formación en técnicas de plantación, riego, fertilización y control de plagas, los análisis de suelo y fitopatológicos, el estudio de costes de producción tanto en sistemas convencionales como ecológicos y la celebración anual de la Cata Insular de Papas. Y además el Plan de Erradicación de la Polilla Guatemalteca, las subvenciones para la recuperación de terrenos en desuso y la mejora de instalaciones y maquinaria o la ejecución de proyectos hidráulicos para mejorar el riego agrícola. Solo en los últimos meses, hemos puesto a disposición de los cultivos de papas de medianías más de 3.600 horas de riego, suficientes para regar más de 26 hectáreas.
El trabajo realizado ha logrado que la superficie cultivada se haya incrementado en más de un seis por ciento en la última década, una tendencia positiva contraria a la del conjunto del archipiélago, donde ha descendido en un 26%. Las 1.200 hectáreas actuales conforman un paisaje productivo pero sobre todo de ilusión pues en estas fincas crecen productos del país de gran calidad. Y echa también raíces una economía vinculada a lo cercano, a lo propio. Crece, en definitiva, la posibilidad de una isla cada vez más autocentrada y consciente de sus retos y oportunidades. No es el único caso. Con la misma fórmula, Gran Canaria duplica en superficie de cultivo de frutales a la segunda isla y ha incrementado entre 2019 y 2024 su superficie de cultivo de regadío en unas 211 hectáreas.
Son pasos hacia la soberanía alimentaria que defendemos y por la que trabajamos a conciencia desde hace una década. Es un eje de una autonomía que ha de completarse con la energética, además de la seguridad hídrica. Un proyecto pionero, la central de Salto de Chira, unifica este triple anhelo, pues multiplicará la penetración de las renovables, la autosuficiencia en la generación y almacenamiento de energía y la desalación para regar las cuencas de cumbres y medianías con agua de la costa.
No obstante, necesitamos robustecer la conciencia ciudadana sobre la importancia de nuestras decisiones. En cada opción entran en juego muchas variables, pero quiero subrayar que una de ellas debe ser el respaldo a un modelo insular cada vez más sostenible. Una papa de Gran Canaria en la cesta de la compra, sancochándose al fuego, en el plato, es un mensaje; un apoyo a la isla donde desarrollamos nuestras vidas. Se hace política ante las urnas, pero también ante los lineales del supermercado o en las elecciones en el comercio del barrio y del pueblo.
Es importante que veamos las producciones del campo de Gran Canaria como una extensión de nuestra singularidad. Y de ahí surgirá necesariamente un sentimiento de compromiso y de defensa que debe traducirse también en mecanismos legales que nos permitan modular la entrada de productos foráneos mientras nuestros agricultores y agricultoras sean capaces de surtir la despensa insular. Da mucha rabia ver papas de Egipto - y más del genocida estado de Israel- en las superficies de venta compitiendo con nuestras papas aún en existencia. Obligan estos buitres sin escrúpulos al productor local a bajar sus precios o a quedarse con su cosecha.
Como saben muy bien y sufren en sus carnes nuestros agricultores y agricultoras, no compiten en igualdad de condiciones. Por un lado, porque los controles, costes y requisitos que afrontan no son los mismos. Y, por otro, porque se enfrentan en ocasiones a prácticas desleales que intentan acabar con la competencia de los pequeños y medianos productores locales. Produce pena, rabia y vergüenza ver cómo algunos se proclaman patriotas, nacionalistas y demás yerbas y realmente no hacen sino mirar para sus bolsillos. Desprecian a su tierra y a su gente.
Las producciones locales requieren iniciativas administrativas de protección y el respaldo de consumidores y consumidoras. El campo grancanario, además, demuestra que tiene unas espaldas amplias, pues al menos el 62% de las papas consumidas en la isla y más del 44% en el caso de Canarias proceden de nuestro territorio insular. Son porcentajes que superan ampliamente las recomendaciones de la ONU para la soberanía alimentaria de los territorios insulares. Pero no queremos conformarnos. Y sabemos que para que esto sea posible resulta imprescindible, entre otras medidas, garantizar el agua, hacia donde fluyen precisamente nuestras acciones en materia de regadío, reutilización de aguas y obras hidráulicas.
Quiero recalcar que esta cita anual ha brindado una oportunidad para encontrarnos alrededor de uno de nuestros productos estrella, en especial con la participación de más de un centenar de especialistas del más alto nivel de las islas y la península en las Jornadas Técnicas sobre la Papa. Ellos y ellas debatieron medidas para aumentar las cotas de soberanía alimentaria que se enfrentan además a las consecuencias del cambio climático. Todo ello, por supuesto, con el consejero y el equipo del área del Sector Primario, Soberanía Alimentaria y Seguridad Hídrica del Cabildo grancanario siempre detrás.
Regreso al inicio, a los rostros de la pasión, la entrega, la búsqueda de la excelencia, la lucha por aquello que nos identifica y distingue. Los premios fueron, en última instancia, coronas para esta viajera que atravesó el Atlántico y se quedó en Gran Canaria para ser parte de nuestra esencia. No obstante, el mayor de los galardones, el más luminoso, será que el sol y las estrellas sigan brillando sobre los terrenos sembrados de Gran Canaria.
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