• Sociedad De la jaula de oro a la libertad: el valiente testimonio de Paqui Gómez del Pulgar

      

    23/06/2025 | 07:00   |   Redacción 

    De la jaula de oro a la libertad: el valiente testimonio de Paqui Gómez del Pulgar

    Durante años sufrió en silencio los efectos devastadores de la violencia de género. Hoy, su voz inspira y acompaña a otras mujeres que luchan por salir de relaciones marcadas por el abuso y el control.


    Por Redacción | Radio Las Palmas

    En el espacio Testimonio Violeta del programa La Otra Mañana, Asunción Benítez y María José Ferrero contaron con la presencia de Paqui Gómez del Pulgar, superviviente de violencia de género. Con sinceridad y valentía, Gómez compartió una historia marcada por la manipulación, el aislamiento, el miedo y, finalmente, la reconstrucción.

    Testimonio Violeta con María José Ferrero, Paqui Gómez y Asunción Benítez

    Un despertar entre lágrimas


    Paqui comienza su relato con una imagen poderosa: noches enteras llorando en silencio en el sofá, cuando todos dormían. “Una epifanía”, como ella misma describe, le reveló que había dejado de ser la mujer que soñaba ser, que estaba atrapada en una vida vacía y sin propósito. Ese instante fue el punto de inflexión. Pensó en sus hijos, en lo que dirían de ella si muriera esa noche. Entendió que debía cambiar su vida, salir de ese círculo de violencia invisible que la consumía.

    La violencia que Paqui sufrió no siempre fue evidente. La manipulación fue sutil, constante, y envolvente. Dejó su trabajo, sus amistades, su familia, todo por una aparente idea de bienestar familiar. “La manipulación para que funcione tiene que ser invisible”, sentencia. Cada renuncia era presentada como un acto de amor o sacrificio por la familia. Al final, estaba aislada a 2000 kilómetros de los suyos, sin apoyo ni independencia económica.

    Una parte fundamental del relato es la soledad. La vergüenza y el miedo hicieron que Paqui se alejara de su entorno. Y cuando llegó el momento de pedir ayuda, muchos no entendieron, otros no creyeron, y algunos tomaron partido por su agresor. Esta falta de comprensión y respaldo acentúa lo que hoy se conoce como violencia institucional. Como ella relata, “cuando salimos de ahí, necesitamos espacios de vida, no de victimismo. No somos solo lo que nos pasó”.

    Sus hijos, testigos silenciosos


    El impacto en los niños fue otro de los motores de cambio. “Mis hijos eran más conscientes que yo del miedo en casa”, afirma. No solo fue testigo de la violencia, sino víctima colateral de una relación que minaba cada aspecto de su vida y de la de sus hijos. La violencia psíquica, más difícil de detectar y de curar, dejó secuelas profundas.

    El momento de la denuncia fue otro punto de inflexión. No acudió voluntariamente: fue la Guardia Civil quien terminó yendo a su casa tras un episodio particularmente amenazante por parte de su expareja. “Me rompí en mil pedazos”, recuerda. La imagen de la patrulla apostada frente a su casa durante toda la noche refleja tanto el miedo como la fragilidad de ese instante. Y aunque pensó que denunciar significaba comenzar a recibir ayuda, la realidad fue muy distinta.

    Lejos del apoyo esperado, Paqui enfrentó prejuicios y falta de empatía en el sistema judicial. La fiscal le preguntó por qué no se había divorciado antes. Su abogada le reprochó no haber llorado durante su declaración. Incluso la jueza señaló que no tenía “perfil de víctima” para conceder una orden de alejamiento. “¿Cuál es ese perfil?”, se pregunta ella, con una mezcla de ironía e indignación.

    La violencia vicaria: cuando el daño se traslada a los hijos


    Una de las formas más crueles de la violencia machista es la que se ejerce a través de los hijos. Paqui no encontró protección institucional cuando su hija empezó a sufrir acoso por parte del padre. A pesar de informes médicos y partes de urgencias, las autoridades no consideraron que existieran pruebas suficientes de agresión. Ante la desprotección, decidió proteger a sus hijos por su cuenta: “me vine a Canarias con un niño en cada mano”.

    Instalada en Canarias, comenzó una nueva vida. Se vinculó con la Asociación de Mujeres Valentinas, de la cual fue presidenta. Allí encontró una red de apoyo, un espacio para volver a vivir, a crear vínculos, a reír y a proyectar futuro. “Tenemos que dejar de hablar de lo que fuimos y comenzar a hablar de lo que vamos a ser”, afirma. Su mensaje es claro: no hay que vivirlo solas, no hay que callar.

    La historia de Paqui Gómez no solo es un testimonio, es una declaración de resiliencia y una llamada urgente a la conciencia colectiva. Visibilizar estos relatos no solo honra a quienes los comparten, también ayuda a quienes aún no han encontrado la fuerza para romper el silencio. Porque como bien dice Paqui, “juntas llegamos más lejos”. Y su voz, hoy más que nunca, es faro para otras mujeres que buscan su camino hacia la libertad.

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